jueves, 8 de octubre de 2009

El gallinero del médico de cabecera


El abuelo, que es un miembro más de la familia, se jubila de acuerdo a las políticas K sin haber realizado nunca un aporte. La familia le da el visto bueno, ya que es un nuevo ingreso para el abuelo y junto al aporte del resto de los miembros de la familia, ya no necesitará trabajar.
Consecuentemente el abuelo tiene obra social, para cualquiera que no la tuvo nunca, es más que un alivio. Pero la llegada de PAMI a la familia produjo un resultado bastante distante del término alivio.
El abuelo tiene 72 años, y requiere de la constante compañía para desempeñarse dentro de inmensa burocracia. La familia se mira, buscan entre ellos alguien con disponibilidad horaria y con carácter para que lo acompañe. ¿Quién gana el concurso?, sí Luciano, definitivamente.
Así fue, entonces, como desde hace unos meses me fui haciendo parte de las actividades de un jubilado.
Esta tarde me tocó ir a la médico de cabecera para autorizar unas órdenes. Quien le fue asignada en tal cargo es la Dra. Gladys Parrota, y lo atiende en el Centro de Jubilados de Ingeniero White. A las 17 horas salí de casa, ese era mi destino.
Llegué a las 17.20 aproximadamente, y al mirar hacia el lugar veía gente afuera y me dije: “Armate de paciencia porque esto pinta para largo”. Llego a la puerta, las caras de impaciencia abundaban, saludo con un “buenas tardes”, alguna respuesta se oyó a lo lejos. Pregunté a quien estaba en la puerta, quién era el último para autorizar recetas y me contestó: “no sé, estamos todos mezclados”. Ok, me dije, me apoye contra la pared y me dispuse a esperar, junto al pasillo de 1.50 mts que separa la puerta exterior con la interior. Adentro no había lugar.
El Centro de Jubilados consta de una pequeña sala de 2 x 4 mts., con 4 sillas y 2 sillones, uno individual y otro de dos cuerpos. A la derecha hay dos puertas, la primera el baño, la segunda, la sala en la que se encuentra la secretaria encargada de haber recetas y autorizar órdenes. A la izquierda hay una única puerta detrás de la cual se ha improvisado una especie de consultorio, allí atiende la Dra. Parrota.
En la sala de espera, alrededor de 25 personas se encontraban aguardando ser atendidas, recordemos en su mayoría ancianos, con tal solo 7 asientos. En el pasillo que va hacía la vereda estábamos cuatro personas más.
Pasaban los minutos y uno empieza a tomar confianza con quien tiene al lado. Los jubilados que siempre tienen un reclamo a la orden del día suelen lanzar sus comentarios, y la impaciencia comienza a crecer.
La primer victima de los rumores fue la secretaria. En el pasillo se decía: “es muy lerda, claro lo que pasa que es una persona mayor, que más puede hacer”. Las que estaban junto a la puerta de la secretaria se asomaban y se mordían los labios, “no termina más", decían entre dientes.
El problema radica en que la querida doctora, por dejar un sueldo entre el vínculo familiar, llevó a su madre de secretaria. La pobre mujer de unos 60 años le pone toda la voluntad pero le escapa a la eficiencia. Suele estar entre 20 y más minutos con cada persona que se acerca a autorizar órdenes de consulta o recetarios. Por lo tanto, la concentración de personas es constante porque son retenidas al momento de la atención.
Algunos se iban yendo, muchos seguían entrando. En el marco de una perdida total de paciencia comenzaron los conflictos por saber quien seguía en orden de atención, ya que no son capaces de organizar un sistema numerado para establecer el orden. Comenzó a escucharse: “Yo estaba después de la señora; y yo atrás tuyo; yo soy la última; pero…si yo vine temprano, cuatro y media estaba acá; entonces bueno, pase usted; bueno yo, yo, yo, yooooooo…” Saltó entre medio de tanta cabeza calva y anteojos fotocromático quién tenía la posta. La típica líder, que suele surgir en cualquier grupo, pero un poco más bizarra. Ella era joven en comparación del resto de los presentes, le iba a autorizar órdenes a su suegra. Después de dos gritos, organizo la cuestión: “Estaba la señora, después el señor, ella, la de rosa, yo, él que vino conmigo, usted, ellos están para la doctora, el señor de gris, Carmen, el chico y…” La cosa pareció organizarse, para quien llegase después por lo menos se había establecido quien era el último.
La “líder” fiscalizaba cada entrada y salida. Logró relajarse cuando entró Chola, la vecina del barrio Villa Rosas, que se sumó a la conversación que estaba manteniendo con María, la otra vecina. Se colocaron en el centro de la sala de espera, después de saludarse con doble beso. Las tres, que tenían entre 45 y 55 años aproximadamente iban a realizar trámites de terceros. La “líder” de su suegra, Chola de su mamá y María de la tía de su marido. En el primer tramo, actualizaron sus vidas porque hacía rato que no se veían. Luego, en el mismo tono, a viva voz, pasaron al tema de a quienes tenían a cargo. Chola rezongaba porque su mamá la tenía cansada: “Tiene 88 años, y le molesta la tele, la comida, los ruidos, me tiene cansada. Se hace la que está mal, ella sabe bien lo que cobra, no es ninguna tonta, pero ni el recibo alcanza a ver.”
La “líder” contaba la experiencia con su suegra: “Está cada día peor, se pierde y hay que salir a buscarla, encima no quiere ir al médico, y los hijos ningún cargo. Ahora le toca a usted señor (se interrumpía y continuaba) yo la tengo que andar cuidando como si fuera mi mamá”.
A continuación siguieron con los nietos, hasta que llegaron al crochet. “Estoy tejiendo decía Chola” y María le pregunta: “¿Te enseñó tu mamá no?”. “Mi mamá lo único que supo hacer en su vida fue hablar”, dijo entre risas Chola.
En el otro extremo, los ancianos seguían aguardando la llegada de su turno mientras la mamá de la doctora, a su paso, firmaba y sellaba recetas.
Eran las 18.30 y la “líder” se retiraba luego de ser atendida. El silencio quería asomar como protagonista, ya que Chola y María se fueron a un costado a conversar más bajo. Pero en la puerta se escuchó: “¿Quién es el último de las recetas?” y el repaso de los lugares volvió a hacerse. Marta una vez obtenida la respuesta se fue a la puerta, a conversar con “Amiga”, una se sus tantas mascotas. “Quédate ahí, sentate. Dale, dale, portate bien. No me des la manito, no te hagas la buena ¡eh!”, eran algunas de las frases que provenían de la vereda.
El mal humor se apoderó de mí y me acerque a la puerta de la secretaria, la miraba fijamente con el objetivo de que note la impaciencia. Mientras tanto, volvieron a aparecer los comentarios entorno a la lentitud de la secretaria.
Finalmente a las 19.15 llegó mi turno. Mientras me autorizaba mis recetas le dije a la doctora, que se acercó para darme unas indicaciones: “Discúlpeme pero ésta no debe ser la forma de atención, deberían ser un poco más organizados, se pierde mucho tiempo”. Parrota me miró como diciendo y bueno, es lo que hay, y prosiguió con sus indicaciones. Ciento cincuenta mil ideas se me cruzaron, logré contenerme, mientras tanto la doctora volvía a su consultorio. Tomé mis recetas y me retiré del gallinero, en busca de un poco de silencio y pensando que figura perversa la del médico de cabecera de PAMI. Ya que todo gira en torno a ellos, a sus horarios, sus sitios, sus estado de ánimo.
Como boludean a los viejos constantemente, como si nada estuviesen haciendo, como si a nadie estuvieran perjudicando.

4 comentarios:

danilo dijo...

Las deficiencias de la burocracia en la ciudad son demasiadas.
A vos por lo visto TE TOCÓ SUFRIRLO en PAMI, otro tanto podrás comprobarlo en la AFIP, en la Municipalidad (Seguridad e Higiene), y peor aún en ANSES. Aquí se la pasan tomando mate, mientras hay gente en la cola esperando desde hace mucho tiempo esperando. Eso si, si se escucha ¡llegó el supervisor! o ¡el jefe!, empiezan a limpiar sus escritorios, sacan de la vista las facturas, agilizan su trabajo, entre otras cosas...
La verdad mucha bronca y enojo despierta estas situaciones. Mejor olvidarse pronto, y que quede simplemente como un recuerdo.

Celeste dijo...

Excelente. Mejor no se podria haber reflejado la situacion.
Me mato "Chola" y el doble beso. jajaja.
Si esto que viviste te sorprendio, ni se te ocurra ir a la obra social IOMA. Un pasillo largo y ancho. doblas hacia tu derecha. dos mostradores enfrentado. Dentras de uno de ellos, dos oficinas conectadas por un pasillo al descubierto, donde ves como los empleadas de Ioma "trabajan". Todas pesan arriba de 100kg y lo unico que les ves en las manos son facturas y termos.
Olvidate si estas esperando autorizar una orden, cobrar un reintegro, hacer algun tipo de consulta..
Asi estamos. Y no hay mucho por hacer.

Anónimo dijo...

malisimo lucho...

acostumbrate!!... es la gorda y grasosa burocracia fiscal asalariada...

jeje

te compadezco!

contá la historia de la mina que le vendia los tikes a los viejos en el banco Industrial!


ale

Marcos Gabriel Bolda dijo...

En toda democracia existe burocracia porque existe la negociación...esto me hace pensar, seremos muy democráticos?..jeje..
Yo no quiero ser machista pero vieron que en los lugares donde hay mas burocracia hay mas mujeres, lo dejo para pensar...