jueves, 29 de octubre de 2009

Por Cadena Nacional



En los almuerzos solemos prender el televisor, y miramos de refilón el noticiero local. Entre las conversaciones, solemos callarnos unos a otros cuando escuchamos algo interesante.

Hoy nos sorprendió la voz bien grave y colocada que tiene el locutor que anuncia la cadena nacional: - A partir de este momento... bla, bla, bla.

Por un momento me sorprendí, dude. Me dije: -¿Qué onda?, estamos en octubre, fin de mes, ¿qué acontecimiento relevante hay que me lo perdí?

Escuché al locutor: - A continuación la señora presidenta dará anuncio…

Inmediatamente volví a la realidad: - Aaaah! cierto que tenemos una presidente que usa la cadena nacional para cualquier boludes. A ver que dice ahora…

Me coloqué frente al televisor, a escucharla. Encontré el Salón de la Mujer repleto, gobernadores, ministros. Se viene grosa la cosa, pensé.

Volví a equivocarme. La señora presidente estaba usando la cadena nacional para anunciar su nuevo plan asistencialista. Así es, le regala a los hijos de desocupados o trabajadores en negro, menores de 18 años, 180 pesitos sacados de los fondos del ANSES.

¿Por qué? Porque hay que integrarlos al sistema. En este punto muy de acuerdo. Ahora: ¿ésta es la forma? ¿Alguien se sentó a pensar esto, a planificarlo? Definitivamente no. En cuyo cráneo habite la racionalidad sabe que estas no son las formas para acabar con las problemáticas. A la gente hay que educarla, darle empleo, no regalarle dinero.

Sí ya se, el sistema es perverso necesita de pobres, al gobierno le conviene decir que asiste a la gente para acabar con la pobreza. Pero muchachos, que no nos mientan más! Ese argumento se cae, porque ninguna política que no tienda a resolver el problema de raíz, jamás lo resolverá.

Me enojé, bajé el volumen del televisor, fui a comer pensando cuál podría ser la próxima ocasión boluda en la que la jefa de Estado vuelva a visitarnos en casa, a través de la bendita cadena nacional.

domingo, 25 de octubre de 2009

Definitivamente es "Gou"

Situación: Se sube al auto Sil, en su mano el regalo de cumpleaños que acababa de comprarle al compañerito del colegio de Agus, antes de ir a la casita de fiestas.

Lucho: - ¿Qué le trajiste?
Sil: - Un juguete de unos aviones, espero le guste.
Agus miraba por la ventanilla del auto, silente.
Sil: - Este papel de regalo está lleno de corazones, y eso que le dije al flaco que era para un nene… Es bastante gay como el flaco que me atendió.
Lucho: - Hija de mil, ¡sos tremenda!
Sil: - Pero vos porque no lo viste, es un suavecito.
Risas. Arrancamos el auto.
Agus: - Sil, ¿Me pasas el regalo?
Saca el regalo de la gaveta, se lo alcanza al asiento de atrás.
Agus: - Está con muchos corazones este papel (pone cara de enojada) Es “gou” como el chico que te atendió ¿no?
Nos damos vuelta y la miramos…
Sil: - ¿Es qué?
Agus: - ¡Gou!, como vos dijiste…
Jajajajajaja! Nos matamos de risa, hasta la casita de fiestas.

(historias de mi hermanita de 7 años, con cabeza de unos cuantos más)

martes, 20 de octubre de 2009

Una mirada puede más que mil palabras


Una de las tantas cosas que me llamaba la atención del colegio al que asistí (Pompeya) era la mirada, el temple de la quiosquera. Alicia fue participe de mi vida, de lunes a viernes, tres veces al día (los tres recreos) durante 5 años.

Recuerdo la primera vez que la vi, detrás de la ventana azul despachando golosinas, me impactó su mirada. Sus ojos manifestaban angustia, dolor, algo no andaba bien. Sin embargo, al verla a diario, uno dejaba de prestar atención a algunas cosas, las tomaba como parte de la escenografía cotidiana.

Hace un tiempo me enteré que ya no se encargaba más del kiosco, lo atiende otra mujer. Después, la solía ver caminar por el barrio, con sus anteojos negros, y la misma cadencia de siempre.

Hoy la volví a ver. Estábamos con el abuelo en el Banco Industrial, y se sentó atrás nuestro, en la sala de espera. Estaba acompañada por un flaco, de unos veinticuatro años. No fijé la atención en su presencia, hasta que comencé a escuchar algunas frases algo extrañas. El chico este, que según mis deducciones debería ser un acompañante terapéutico o algo por el estilo, la aconsejaba, le “hacía la cabeza” para que cambie su actitud, para que sea capaz de salir adelante.

La mirada que en su momento denotaba malestar, hoy se reafirmó en un cuadro depresivo. Y sí, a veces las miradas dicen más que mil palabras, suelen ser un fiel reflejo del interior humano.

¿Lo bueno? Es saber contemplarlas, y actuar en función de ellas.

viernes, 16 de octubre de 2009

16 días abstraído de la realidad



Jamás pensé que iba a depender tanto de algo. Odio a la dependencia. Sin embargo, debo aceptarlo, también en algún punto la hago parte de mi vida.
Hasta el miércoles estuve sin estar, viviendo sin mirar. Por un momento, la idea parece piola, pero después de los primeros tres días ya no quéres saber más nada.
Desde hace poco más de una año, me recetaron lentes. Y acepté usarlos (luego de un proceso interno, algo conflictivo). Desde hace unos dos meses cuando un oftalmólogo me atendió malhumorado, porque las secretarias de la “Clínica del Ojo” se equivocaron con los turnos y le caí el día en que estaba de guardia, me aumentaron la graduación de los cristales. Definitivamente veo cada vez menos.
Un lunes me fui hasta la óptica a dejar mis anteojos, con la esperanza de volver siete días después y tener mis objetos de observación de la realidad listos para ser usados. Pero… al martes siguiente fui y no estaban, como ya me lo venía imaginando. Me dijo el muchacho de la óptica: “Quédate tranquilo, yo te llamo cuando estén”.
¿El Llamado? Nunca llegó. Tomé la iniciativa una y otra vez, todos lo días (durante 16 días, exceptuando los domingos que no trabaja) para determinar el paradero del 50% de mis ojos.
“Están en Buenos Aires, van a llegar. Quedate tranquilo debe a ver una demora. Bueno, ya no es mi responsabilidad, depende de la obra social”.
OSPECON y su ineficiencia me vienen colmando la paciencia desde hace un tiempo. A cada santo le deben una vela, y atienden mal a los receptores del servicio, si a ésto que dan se les puede llamar servicio.
Estuve 16 días: con dolor de cabeza y cansancio en la vista; sin poder manejar de noche (aunque a veces me mandaba igual); sin ver gestos, sin distinguir rostros; casi sin poder leer: lejos de cualquier pantalla y con una bronca impresionante.
¿Y todo por qué? Porque un par de burócratas impresentables no realiza el trabajo por el que se les paga (tanto mi familia, como el resto de los afiliados). Porque son incapaces de prestar un servicio, pero sin embargo quieren llevarlo a cabo. Como si la salud de la gente fuera tema menor, y se excusan con un: “y bueno señor no depende de mí” ¿Y si no depende de ustedes de quién carajo depende entonces? ¡Ni una bendita respuesta se les cae!

Pasé 16 días estando sin estar, pero volvi… espero un libre y sano pasar, todavía no hice nada tan moralmente “malo” como para recibir tal carga. Al menos, eso creo.

martes, 13 de octubre de 2009

¿Será lo mío la psicología?



Me había predispuesto a disfrutar del finde largo para mí. Me dije: “No vas a estudiar, vas a leer sólo lo que te resulte interesante, vas a planificar, a pensar (pero tranqui), vas escuchar buena música como en los viejos tiempos, etc…”

Nada, de lo que en algún momento formó parte de mis pensamientos, pude llevar a la práctica.

Este finde, estuve de turno. Despache dosis de escucha, compañía, consejos, pañuelitos y todo lo relacionado con el rubro. No supo ausentarse la hora y media hablando por teléfono, el mensaje de texto de las 4 AM, y las diversas visitas.

Casi sin pensarlo, me calcé los trajes de buen: novio, amigo, hermano, hijo (en los pensamientos) y así pasé los días.

En la noche de lunes, repasaba mentalmente los últimos tres días. Entre las lágrimas y los mocos, que caracterizaron el tiempo resignado inconcientemente a mí, y compartido con los otros me dije: “Y… ¿si te dejas de joder con el periodismo y te dedicás a la psicología?, mirá que es buen curro”. Después de pensarlo dos segundos la respuesta fue: “Definitivamente no, hay que seguir apostando a la vocación (por lo menos por ahora, aunque me cage de hambre)”.

sábado, 10 de octubre de 2009

Así, como si nada



Las 2.27 AM del sábado 10 de octubre. Acaba de aprobarse en la cámara de senadores con 44 votos a favor y 24 en contra, la Ley de Medios Audiovisuales.

Y sí, como estaba previsto, finalmente se aprobó así como si nada.

Ahora, más allá de la sanción, que ya la daba por hecha, me llamó poderosamente la atención la figura de D`Elia, aunque ya no debería extrañarme. Desde las 22.30, aproximadamente, festejaba junto a sus muchachos (los del chori y la gaseosa, en el mejor de los casos) como si se hubiese sacado el Quini, o como si estuviese gritando un gol de la selección.

Es increíble, pero llevan las antinomias hasta el Congreso. Lo miro y me río, lo vuelvo a mirar y me da pena. Sin embargo, me vuelvo a reír, pobre tipo.

Festejaba, agitaba los brazos con tantas ganas, y saludaba a los “compañeros” con tanto énfasis, que parecía desplegarse en su silueta las energías reprimidas de todo el oficialismo desde el último 28 de Junio, y del no positivo de Cobos.

Ahora, que lo analizo bien, y bueno lo entiendo un poco, con cuantas ganas se venia quedando.

Yendo al ámbito de lo trascendente: La Ley aprobada, debo confesar que me preocupa bastante. Fundamentalmente porque varias de sus medidas son inconstitucionales, y esto lo afirma el doctor José Luis Centurión, quien es un abogado destacado en derecho constitucional. Y me huele a poco serio la legitimidad de ésta ley. Me preocupa que después de diciembre, cuando se haga el recambio de los miembros del Congreso, alguien presente un proyecto para vetar la ley porque posee normas inconstitucionales. Si esto sucede, demostramos nuevamente el perfil de adolescente eterno como Estado democrático, y esto sí que ya es una vergüenza.

Espero no suceda, porque el momento de debate estuvo, y es deber de los legisladores actuar responsablemente.

Ya no tengo ganas de escuchar arrepentimientos y lamentaciones sosteniendo que la decisión fue apresurada.

jueves, 8 de octubre de 2009

El gallinero del médico de cabecera


El abuelo, que es un miembro más de la familia, se jubila de acuerdo a las políticas K sin haber realizado nunca un aporte. La familia le da el visto bueno, ya que es un nuevo ingreso para el abuelo y junto al aporte del resto de los miembros de la familia, ya no necesitará trabajar.
Consecuentemente el abuelo tiene obra social, para cualquiera que no la tuvo nunca, es más que un alivio. Pero la llegada de PAMI a la familia produjo un resultado bastante distante del término alivio.
El abuelo tiene 72 años, y requiere de la constante compañía para desempeñarse dentro de inmensa burocracia. La familia se mira, buscan entre ellos alguien con disponibilidad horaria y con carácter para que lo acompañe. ¿Quién gana el concurso?, sí Luciano, definitivamente.
Así fue, entonces, como desde hace unos meses me fui haciendo parte de las actividades de un jubilado.
Esta tarde me tocó ir a la médico de cabecera para autorizar unas órdenes. Quien le fue asignada en tal cargo es la Dra. Gladys Parrota, y lo atiende en el Centro de Jubilados de Ingeniero White. A las 17 horas salí de casa, ese era mi destino.
Llegué a las 17.20 aproximadamente, y al mirar hacia el lugar veía gente afuera y me dije: “Armate de paciencia porque esto pinta para largo”. Llego a la puerta, las caras de impaciencia abundaban, saludo con un “buenas tardes”, alguna respuesta se oyó a lo lejos. Pregunté a quien estaba en la puerta, quién era el último para autorizar recetas y me contestó: “no sé, estamos todos mezclados”. Ok, me dije, me apoye contra la pared y me dispuse a esperar, junto al pasillo de 1.50 mts que separa la puerta exterior con la interior. Adentro no había lugar.
El Centro de Jubilados consta de una pequeña sala de 2 x 4 mts., con 4 sillas y 2 sillones, uno individual y otro de dos cuerpos. A la derecha hay dos puertas, la primera el baño, la segunda, la sala en la que se encuentra la secretaria encargada de haber recetas y autorizar órdenes. A la izquierda hay una única puerta detrás de la cual se ha improvisado una especie de consultorio, allí atiende la Dra. Parrota.
En la sala de espera, alrededor de 25 personas se encontraban aguardando ser atendidas, recordemos en su mayoría ancianos, con tal solo 7 asientos. En el pasillo que va hacía la vereda estábamos cuatro personas más.
Pasaban los minutos y uno empieza a tomar confianza con quien tiene al lado. Los jubilados que siempre tienen un reclamo a la orden del día suelen lanzar sus comentarios, y la impaciencia comienza a crecer.
La primer victima de los rumores fue la secretaria. En el pasillo se decía: “es muy lerda, claro lo que pasa que es una persona mayor, que más puede hacer”. Las que estaban junto a la puerta de la secretaria se asomaban y se mordían los labios, “no termina más", decían entre dientes.
El problema radica en que la querida doctora, por dejar un sueldo entre el vínculo familiar, llevó a su madre de secretaria. La pobre mujer de unos 60 años le pone toda la voluntad pero le escapa a la eficiencia. Suele estar entre 20 y más minutos con cada persona que se acerca a autorizar órdenes de consulta o recetarios. Por lo tanto, la concentración de personas es constante porque son retenidas al momento de la atención.
Algunos se iban yendo, muchos seguían entrando. En el marco de una perdida total de paciencia comenzaron los conflictos por saber quien seguía en orden de atención, ya que no son capaces de organizar un sistema numerado para establecer el orden. Comenzó a escucharse: “Yo estaba después de la señora; y yo atrás tuyo; yo soy la última; pero…si yo vine temprano, cuatro y media estaba acá; entonces bueno, pase usted; bueno yo, yo, yo, yooooooo…” Saltó entre medio de tanta cabeza calva y anteojos fotocromático quién tenía la posta. La típica líder, que suele surgir en cualquier grupo, pero un poco más bizarra. Ella era joven en comparación del resto de los presentes, le iba a autorizar órdenes a su suegra. Después de dos gritos, organizo la cuestión: “Estaba la señora, después el señor, ella, la de rosa, yo, él que vino conmigo, usted, ellos están para la doctora, el señor de gris, Carmen, el chico y…” La cosa pareció organizarse, para quien llegase después por lo menos se había establecido quien era el último.
La “líder” fiscalizaba cada entrada y salida. Logró relajarse cuando entró Chola, la vecina del barrio Villa Rosas, que se sumó a la conversación que estaba manteniendo con María, la otra vecina. Se colocaron en el centro de la sala de espera, después de saludarse con doble beso. Las tres, que tenían entre 45 y 55 años aproximadamente iban a realizar trámites de terceros. La “líder” de su suegra, Chola de su mamá y María de la tía de su marido. En el primer tramo, actualizaron sus vidas porque hacía rato que no se veían. Luego, en el mismo tono, a viva voz, pasaron al tema de a quienes tenían a cargo. Chola rezongaba porque su mamá la tenía cansada: “Tiene 88 años, y le molesta la tele, la comida, los ruidos, me tiene cansada. Se hace la que está mal, ella sabe bien lo que cobra, no es ninguna tonta, pero ni el recibo alcanza a ver.”
La “líder” contaba la experiencia con su suegra: “Está cada día peor, se pierde y hay que salir a buscarla, encima no quiere ir al médico, y los hijos ningún cargo. Ahora le toca a usted señor (se interrumpía y continuaba) yo la tengo que andar cuidando como si fuera mi mamá”.
A continuación siguieron con los nietos, hasta que llegaron al crochet. “Estoy tejiendo decía Chola” y María le pregunta: “¿Te enseñó tu mamá no?”. “Mi mamá lo único que supo hacer en su vida fue hablar”, dijo entre risas Chola.
En el otro extremo, los ancianos seguían aguardando la llegada de su turno mientras la mamá de la doctora, a su paso, firmaba y sellaba recetas.
Eran las 18.30 y la “líder” se retiraba luego de ser atendida. El silencio quería asomar como protagonista, ya que Chola y María se fueron a un costado a conversar más bajo. Pero en la puerta se escuchó: “¿Quién es el último de las recetas?” y el repaso de los lugares volvió a hacerse. Marta una vez obtenida la respuesta se fue a la puerta, a conversar con “Amiga”, una se sus tantas mascotas. “Quédate ahí, sentate. Dale, dale, portate bien. No me des la manito, no te hagas la buena ¡eh!”, eran algunas de las frases que provenían de la vereda.
El mal humor se apoderó de mí y me acerque a la puerta de la secretaria, la miraba fijamente con el objetivo de que note la impaciencia. Mientras tanto, volvieron a aparecer los comentarios entorno a la lentitud de la secretaria.
Finalmente a las 19.15 llegó mi turno. Mientras me autorizaba mis recetas le dije a la doctora, que se acercó para darme unas indicaciones: “Discúlpeme pero ésta no debe ser la forma de atención, deberían ser un poco más organizados, se pierde mucho tiempo”. Parrota me miró como diciendo y bueno, es lo que hay, y prosiguió con sus indicaciones. Ciento cincuenta mil ideas se me cruzaron, logré contenerme, mientras tanto la doctora volvía a su consultorio. Tomé mis recetas y me retiré del gallinero, en busca de un poco de silencio y pensando que figura perversa la del médico de cabecera de PAMI. Ya que todo gira en torno a ellos, a sus horarios, sus sitios, sus estado de ánimo.
Como boludean a los viejos constantemente, como si nada estuviesen haciendo, como si a nadie estuvieran perjudicando.

lunes, 5 de octubre de 2009

A paso lento, se está yendo


Perdurar o transcurrir suele ser, a veces, una elección de vida. Uno generalmente va determinando, con el advenimiento de los años, que es lo que pretende de sus días. Actúa luego, en función de ello.

El cuatro de octubre pasó a ocupar un lugar importante en mi memoria. Una artista a paso lento, se está yendo al campo de los recuerdos, con su andar pasivo y la mirada satisfecha, sabiendo que sus huellas perdurarán en el tiempo.

Amo la historia. Al estudiarla, muchas veces aflora en mí las ganas de haber sido testigo de los grandes acontecimientos históricos. En el viaje de vuelta a la realidad, logro conformarme con haber tenido contacto, al menos, a través de los textos con tales acontecimientos. Pero en días como estos, suelo disfrutar del ser testigo, de ser parte aunque sea expectante de estos hechos de la historia.

El 2009 quedará recordado como el año en que se fueron una importante cantidad de las grandes personalidades del país y también extranjeras. Que como toda personalidad de esta altura, logran despertar en sus co-actores odios y pasiones. Tal es caso, de Raúl Alfonsín, Fernando Peña, Mario Benedetti, Michael Jackson y Mercedes. Cada una de estas partidas, supieron colocarnos en el carácter de testigos de la historia.

A diferencia del resto, Mercedes Sosa no necesitó que la opinión pública le entregase el diploma de buena persona ante su partida. Sus méritos de reconocimiento público los consiguió en el extenso transcurso de su carrera. Logró lo que pocos artistas son capaces de generar en su público: erizar la piel, conmover, entretener el alma, pero fundamentalmente correr el velo que existía sobre aquellos sectores de la vida que por momentos parecían ocultos.

Suficientes cosas supo generar, para ganarse un sitio importante en el inconciente colectivo. Fue una artista que actuó desde el convencimiento de que su objetivo era transcurrir, desde lo que ella sabía hacer.

Hoy doy gracias a la vida por haberte podido disfrutar, por hacerte presente con tu arte en nuestros días.

Hasta siempre Negra, nos encontraremos en alguna canción।